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LLUVIA

Nunca entendí bien a los profesores. Me aburría en las clases del colegio, me aburría en las clases del instituto y me aburría en las clases de la universidad. Y en casa, quizá era donde más me aburría. No entendía en qué me iba ayudar saber quién fue Alejandro Magno o Marie Curie, para qué me iba a servir analizar la sintaxis de una oración o que iba a hacer en la vida con el mínimo común denominador. Y mi padre, vivía obsesionado con que estudiase y leyese todo eso. En casa las estanterías estaban repletas de libros que me provocaban una pereza infinita. Pero con muy poca gana, no me quedó otra que aguantar las interminables chapas de mi padre.  Mi padre tenía 92 años, y llevaba 4 años sufriendo de Alzheimer. Comenzó confundiéndome con mi hermano, y al final acabó no reconociendo a nadie. Cada vez eran menos los momentos de lucidez, pero cuando los tenía, y aún sin reconocerme, no dejaba de hablarme de literatura, filosofía o historia. Soltaba su charla como su estuviese delante de 3