LLUVIA

Nunca entendí bien a los profesores. Me aburría en las clases del colegio, me aburría en las clases del instituto y me aburría en las clases de la universidad. Y en casa, quizá era donde más me aburría. No entendía en qué me iba ayudar saber quién fue Alejandro Magno o Marie Curie, para qué me iba a servir analizar la sintaxis de una oración o que iba a hacer en la vida con el mínimo común denominador. Y mi padre, vivía obsesionado con que estudiase y leyese todo eso. En casa las estanterías estaban repletas de libros que me provocaban una pereza infinita. Pero con muy poca gana, no me quedó otra que aguantar las interminables chapas de mi padre. 

Mi padre tenía 92 años, y llevaba 4 años sufriendo de Alzheimer. Comenzó confundiéndome con mi hermano, y al final acabó no reconociendo a nadie. Cada vez eran menos los momentos de lucidez, pero cuando los tenía, y aún sin reconocerme, no dejaba de hablarme de literatura, filosofía o historia. Soltaba su charla como su estuviese delante de 30 personas, y me preguntaba: “¿Lo has entendido?, ¿te lo vuelvo a explicar?”, y me decía: “Aunque no lo entiendas ahora, saber dónde está el fémur o leer a Quevedo te hará mejor persona, porque te permitirá a entender a la gente y podrás ayudarles cuando tengan problemas”.

Cuando ya entró en la fase final de la enfermedad, empezamos a recibir muchas visitas en el hospital. Muchísimas. Y de mucha gente que no conocía. Gente que venía a darle un último adiós, y a presentarle sus respetos, cariño y admiración. Había gente de 80 años y de 35. Hombres y mujeres, de aspecto humilde y de aspecto más pudiente. Todos habían sido alumnos de mi padre, o lo habían sido sus hijos o sus padres. Mi padre no reconocía a nadie, pero todos le reconocían a él. Le daban la mano, le acariciaban con ternura, algunos con sonrisas en la cara, otros con lagrimas en los ojos. Todos contaban alguna historia o anécdota. 

“Cuando tenía 12 años me caí en el patio y me hice una herida grande en la rodilla, tu padre estaba vigilando el recreo y me vio. Me cogió de la mano y llevó a la enfermería. Me limpió la herida, me explicó los huesos de la rodilla y que había que limpiar la herida para evitar que se infectara. Soy enfermera, cada vez que tengo que hacerlo en el hospital les explico con las mismas palabras de tu padre a mis pacientes porque es importante limpiar la herida. Me acuerdo mucho de él”. 

“Joe… las veces que me he acordado de tu padre. Vaya rollos nos soltaba en clase sobre la importancia de escribir bien, que si es la forma de expresar lo que realmente queremos, de que nos entiendan, de facilitar a la otra persona la compresión. Y yo pensando, ¡pero si yo hablo como me da la gana y me entienden! Bueno, pues 20 años después, soy filólogo y profesor de lengua… que ironías tiene la vida. Creo que, si no me hubiese cruzado con tu padre, no hubiese encontrado este camino en mi vida. Me da pena no haber llegado a ser compañero de claustro de tu padre, los veteranos decían que era incluso un maestro para el resto de profesores, un maestro de maestros”. 

Mi padre había sido profesor en el colegio del pueblo durante más de 45 años, incluso había retrasado su jubilación para seguir dando clases. Cuando el actual director del colegio supo de estado, lo comentó en el claustro de profesores, y en poco tiempo todo el pueblo supo de su situación. En esos días, volvía a acordarme de lo que me aburría yo en el colegio, en el instituto y la universidad, pero de lo que disfruté comprendiendo las pinturas del Museo del Prado, viajando por Egipto y entendiendo porqué aquella tierra había cautivado a César, Alejandro y tantos otros, viendo en el teatro de Mérida representar Edipo o fascinarme mirando las estrellas por un telescopio. Todo aquello hubiese sido imposible sin aquellas chapas interminables de mi padre. 

Todo aquello me pareció como esos días grises, de lluvia, en los que te quedas en casa pensando que aburrido es ver llover. Sin embargo, luego disfrutas viendo el campo verde y los árboles floreciendo. Pues sin lluvia, no se puedes disfrutar de esa belleza. Y a veces nos cuesta entenderlo, y de pequeños… mucho más. 

Mi padre había sido esa lluvia del pueblo durante 45 años. Aburriendo durante años a chavales que no comprendían porqué tenían que estar allí, pero haciendo que floreciesen al cabo de un tiempo. Y ahora, en sus últimos momentos, todos aquellos que habían recibido esa agua de mi padre, venían a agradecérselo. 

Por mi parte, acabé estudiando derecho y entrando en un bufete de abogados. Cuando comencé a escribir demandas y recursos, todo el mundo me felicitaba por lo bien escritos que estaban mis informes, nunca pensé que fuese gracias a mi padre, aunque desde luego, mucho tuvo que ver. Tuve años de éxito profesional, pero sea como fuere, acabé hastiado de mi trabajo, y nada más y nada menos que con 50 años, lo dejé todo para hacerme profesor. Nunca había entendido bien a los profesores, y quizá tampoco acababa de entender bien la decisión que yo mismo acababa de tomar, pero algo en mi interior me decía que iba a disfrutar aburriendo a un montón de chavales para que acabasen disfrutando de las artes, de viajar y del mundo en general. 

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